Para todos los aficionados a la
música de Beethoven, les dejo las partituras completas de sus nueve
sinfonías en una edición especial de alta calidad. Bájenlas ya y no
olviden comentar.



Beethoven había cumplido los treinta años de edad cuando presentó su
Primera Sinfonía (op. 21), fascinando a sus contemporáneos por su
frescura y originalidad. La obra está dedicada al barón Gottfried van
Swieten, amigo de Mozart y de Hyadn, y uno de los primeros protectores
de Beethoven en Viena. Mucho se ha hablado del original inicio de esta
sinfonía, pues arranca con un acorde distinto a la tonalidad principal
de do mayor. El tercer movimiento lleva el nombre de «Minuetto», pero es
más rápido que lo acostumbrado en el género sinfónico de la época.
Otros rasgos anunciadores del futuro Beethoven son los sforzandi de la
orquesta y la forma de emplear los instrumentos de viento.



En 1803, el músico de Bonn dio a conocer la Segunda Sinfonía, en re
mayor (op. 36), cuya alegría contrasta con la tristeza que vivía el
autor. Beethoven reemplazó el minueto estándar por un scherzo, más
rítmico y dinámico. Esta innovación y sus fuertes sonoridades dieron a
la Segunda Sinfonía un mayor alcance y energía. Después del estreno, los
críticos notaron la ausencia del minueto y dijeron que la composición
tenía mucho poder, pero que era demasiado excéntrica. No faltaron las
duras críticas.



Dos años más tarde, Beethoven rompió todos los moldes clásicos con su
Tercera Sinfonía en mi bemol mayor (Op. 55), llamada Eroica. Esta
sinfonía dura dos veces más que cualquier otra de la época, la orquesta
es más grande y los sonidos son claramente anunciadores del
romanticismo musical. La obra se compone de un primer movimiento
(Allegro con brio) de una duración aproximada de veinte minutos: hasta
esa fecha no se había compuesto un movimiento sinfónico tan extenso. El
segundo movimiento, una «Marcha fúnebre» (Adagio assai). El tercer
movimiento es un agitado scherzo (Allegro vivace), en el que se recrea
una escena de caza; destaca el uso de las trompas. El Finale (Allegro
molto) evoca una escena de danza y es apoteósico, con una gran
exigencia de virtuosismo para la orquesta.



La siguiente sinfonía es muy diferente. La Cuarta Sinfonía en si bemol
mayor (Op. 60), de 1806, recupera la frescura de sus dos primeras
composiciones sinfónicas. El primer movimiento arranca con una solemne y
notable introducción. En el cuarto movimiento, se muestra una de las
características del compositor de Bonn: el virtuosismo que demanda de
los intérpretes. El Finale de la Cuarta es muy exigente para el fagot.



En 1808, Beethoven compone la Quinta Sinfonía (Op. 67). Esta sinfonía en
do menor destaca principalmente por la construcción de los cuatro
movimientos basados en el motivo rítmico formado por tres corcheas y una
negra, las cuales abren la obra y retornan una y otra vez dando a la
sinfonía una extraordinaria unidad. Para el músico, significaban «la
llamada del destino». El segundo movimiento es un hermoso tema con
variaciones. El tercer movimiento, scherzo, comienza misteriosamente y
prosigue salvajemente en los instrumentos de viento-metal con una forma
derivada de la «llamada del destino»; un pasaje tejido por los
pizzicato de los instrumentos de cuerda se encadena sin pausa con el
triunfal cuarto movimiento, allegro, y que posee una destacada coda.



Simultáneamente, compuso la Sexta Sinfonía en fa mayor, conocida como
Pastoral (Op. 68). Es difícil imaginar dos obras tan distintas: toda la
fuerza y violencia de la Quinta se convierten en dulzura y lirismo en
la Sexta, cuyos movimientos evocan escenas campestres. Es el mayor
tributo dado por Beethoven a una de sus grandes fuentes de inspiración:
la naturaleza. Es también su única sinfonía en cinco movimientos
(todos con subtítulos: Escena junto al arroyo, Animada reunión de
campesinos, Himno de los Pastores, etc.), tres de ellos encadenados (es
decir, que Beethoven elimina las habituales pausas entre segmentos
sinfónicos).



La Séptima Sinfonía en la mayor (Op. 92) aparece en 1813, casi un año
después de su composición. Indudablemente, el maestro alemán muestra con
la Séptima su más grandioso concepto de la introducción (Poco
sostenuto, pide la partitura). Richard Wagner calificó a la Séptima como
«la apoteosis de la danza» por su implacable ritmo dancístico y
notable lirismo, particularmente hondo en su célebre segundo
movimiento, Allegretto —que tuvo que ser repetido a petición del
público en su estreno—, dominado por un ostinato de seis notas. El
esquema del tercer movimiento exige, hecho inédito en una sinfonía, la
repetición del trío, quedando la estructura A-B-A-B-A. El cuarto
movimiento constituye (al igual que en la Sinfonía "Júpiter" de Mozart)
el verdadero centro de gravedad de la obra. En suma, toda la Séptima
es una obra de gran potencia: hay expertos que la consideran como la
mejor de sus sinfonías.



Al año siguiente, 1814, Beethoven concluye la Octava Sinfonía en fa
mayor (Op. 93), compuesta inmediatamente después de la Séptima y cuya
brevedad (poco más de veinticinco minutos) no eclipsa su meticulosa
escritura. Es su sinfonía más alegre y desenfadada («mi pequeña sinfonía
en fa», la llamaba el compositor, para diferenciarla de la Sexta,
escrita en la misma tonalidad). La composición fue extremadamente ligera
y rápida (cuatro meses). La obra tiene influencias de Haydn, sobre
todo en su primer movimiento. La Octava, con su larga y alegre coda,
parece un grato adiós al mundo clásico.



En 1824, por último, Beethoven se consagra como el gran anunciador de un
nuevo lenguaje con su Novena Sinfonía «Coral» (Op. 125). Su
orquestación (dos trompas adicionales, triángulo, platillos, coro y
solistas vocales) y duración (setenta minutos) es superior a la de la
Eroica. Los primeros tres movimientos (un épico Allegro ma non troppo,
un poco maestoso, un electrizante Scherzo y un religioso y soñador
Adagio) llegan a su culmen en el deslumbrante finale (Presto-Allegro ma
non troppo), que inicia con un recitativo instrumental y con citas de
los movimientos precedentes. El tema de la alegría, introducido por la
cuerda grave, va ganando en intensidad y desemboca en la aparición de la
voz humana en la sinfonía, con cuatro solistas y coro mixto que cantan
en alemán los versos de Friedrich von Schiller: Alegría, hermosa
chispa divina,/ hija del Eliseo,/ ebrios de entusiasmo entramos,/ ¡oh
diosa! a tu santuario... Esta obra, mundialmente famosa y objeto de un
sinfín de arreglos y versiones, fue declarada Patrimonio Cultural de la
Humanidad por la Unesco


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